jueves, 14 de junio de 2012

Contrareforma Catolica


La Contrareforma fue el movimiento de la Iglesia Católica Romana en los siglos XVI y XVII que trató de eliminar los abusos dentro de alla y responder a la Reforma Protestante. Hasta hace poco los historiadores tendían a insistir en los elementos negativos y represivos de este movimiento, tales como la Inquisición y el Índice de Libros Prohibidos, y a centrar su atención en sus aspectos políticos, militares y diplomáticos. En la actualidad muestran un mayor reconocimiento por la gran espiritualidad que animó a muchos de los dirigentes de la Contrareforma.
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El siglo anterior al estallido de la Reforma se caracterizó por una creciente y generalizada consternación por la venalidad de los obispos y su participación en política, la ignorancia y superstición del bajo clero, la laxitud de las órdenes religiosas y la esterilidad de la teología académica. Los movimientos para el retorno a la observancia original dentro de las órdenes religiosas y la actividad de abiertos críticos del papado, como Girolamo Savonarola, fueron síntomas de los impulsos para la reforma que caracterizó a sectores de la iglesia católica durante esos años.
No fue hasta que Pablo III se convirtió en Papa en 1534 que la Iglesia Católica Romana tuvo el liderazgo necesario para coordinar esos impulsos y hacer frente al desafío de los protestantes. Este Papa aprobó nuevas órdenes religiosas, como la Jesuita, y convocó al Concilio de Trento (1545-63) para hacer frente a las cuestiones doctrinales y disciplinarias formuladas por los reformadores protestantes; los decretos de ese Concilio estableciendo creencias y prácticas dominaron el pensamiento católico romano durante los próximos cuatro siglos. Pablo III, como también sus sucesores, comprometieron asimismo recursos papales a la acción militar contra los protestantes.
La Contrareforma fue activista, marcada por el entusiasmo por la evangelización de los nuevos territorios descubiertos, especialmente en Norteamérica y Sudamérica; por el establecimiento de escuelas religiosas, en lo que los jesuitas tomaron la iniciativa, y por la organización de obras de caridad y de catequesis bajo la dirección de reformadores como San Carlos Borromeo. Algo paradójicamente, también hubo un renovado entusiasmo por la contemplación, y la época produjo dos de los mayores representantes del Misticismo: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz.

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